A la atención del Jefe de la
Policía Foral.
de la Comunidad Foral de Navarra.
Buñuel a 28 de Junio de 2013.
Muy señor mío.
Pasados unos días desde que ocurrieron
estos hechos, como mejor proceda, voy a relatarle lo que me sucedió el pasado
sábado 8 de Junio de 2013 en Buñuel, mi pueblo, para que conociendo estos
hechos: pueda obrar usted según le dicte su profesionalidad y su conciencia.
Esa tarde, mi esposa Juanamari y yo, después
de echar la siesta, decidimos ir al huerto a plantar unas tomateras y pasar la
tarde en el campo. Eran la cinco de la tarde cuando salimos de casa. Aunque estaba
nublado y amenazaba lluvia pensábamos pasar una tarde tranquila aunque hubiéramos
de resguardarnos de algún chaparrón bajo el abrigo de la caseta.
Cuando nos montamos en el coche no nos
hubiéramos podido imagina qué nos iba a pasar en un par de minutos más en medio
de la tranquilidad que ofrece un pueblo y que crea ese ambiente en el que no
nos importa despreocuparnos de según qué cosas.
Saliendo del pueblo a lo lejos vimos una
pared roja que cortaba la carretera.
Algo ha pasado, pensamos ante tanta
demostración de fuerza policial.
Al acercarnos cuatro policías forales nos
echaron el alto y nos urgieron a aparcar en el arcén. ¡Buenas tardes, estamos
haciendo un control preventivo de alcoholemia… ¿le importa hacerlo? Me dice uno
de los policías. ¡Sí, sí no tengo ningún problema….! ¡Sople durante unos
segundos… bien sale cero…! ¡Claro, claro, no bebo…!
Me cuesta adivinar que hacía un control
de policía a las cinco de la tarde en un pueblo como el mío: un pueblo fantasma
en el que es imposible que pueda pasar nada. Tampoco entiendo cómo es posible que un procedimiento,
una instrucción policial, pueda instar a cortar una carretera de estas características
con tanto alarde como si se quiera así cortar el cierzo.
Posiblemente el policía que me espetaba
por la ventanilla escuchó estas mis preguntas en mis adentros. ¡Me da el carnet
de conducir…! Entonces me veo con mi traje de hortelano lleno de barro, pero
sin la cartera en el bolsillo. ¡No lo llevo… lo llevo en la cartera en la
americana y me la he dejado en casa, porque vamos al huerto, que está ahí
mismo, a doscientos metros a plantar unas tomateras... Me llamo Pedro José
Francés Sayas y soy de aquí, de Buñuel. A continuación le enumeré mi carnet de
identidad.
Tratando de relajarme y de transmitir
confianza ante esta situación de pan y melón, y alimentando esa costumbre que
tengo de dirigirme por su nombre a las personas con las que hablo, le pregunté
al policía como se llamaba.
¡Este es mi número me contestó
soliviantado…!
Me paro a pensar ahora y no entiendo por
qué quien tiene el derecho a pedir que nos identifiquemos no tengan la
obligación de identificarse y que su nombre en lugar de ser Juan Miguel: sea un
número.
Además
al policía le sirve su número y a mí no me sirve el mío.
Hasta ese momento las palabras que me dirigió
el policía 0646 eran las justas pero un tono imperativo que ya empezaba a
intimidarme y a hacerme sentirme con una intranquilidad a la que no creo que
nadie tenga derecho a someterme.
Entonces se dirigió a mi esposa. ¿Y
usted, usted lleva documentación…? ¡No, no la llevo, la llevo en el bolso y no
lo he cogido. Juanamari le mostraba la bolsa en la que llevaba la botella de
agua fría y las plantas de tomate. ¿Puedo ir a casa a por ella…? Les preguntó
mi esposa. ¡Vivimos aquí mismo…! ¡No, no, ustedes de aquí no se mueven… les
llevaremos a identificar al cuartel de la Guardia civil…!
Ante la incapacidad del policía para
entender y admitir con normalidad que dos personas mayores que tienen todo el
aspecto de ser matrimonio serio y responsable fuéramos a la hortaliza sin
llevar el carnet de conducir ni ningún otro documento que los identificara, y
estando su domicilio a menos de trescientos metros, yo tan solo advertía unas
disposición inmensa a amargarnos la tarde con su abuso de autoridad.
Así era. En otro caso nos hubieran
dicho: circulen y buenas tardes.
Un segundo policía, el 0968 se acercó a
la ventanilla con una sonrisa de esas que se muestran traicioneras aunque se trate
de ocultar sus intenciones. ¡Por favor: me da la documentación del coche…!
Juanamari sacó la documentación de la guantera y se la entregó. Como el coche
es de nuestras hijas el problema de identificación no solo no se resolvió sino
que se complicó. ¡Y además, la I.T.V. la
tienen ustedes caducada…! La sonrisa se tornó en maliciosa. ¡Les vamos a tener
que denunciar…! ¡No puede estar caducada: el vehículo lo compramos en el mes de
agosto del año pasado y entonces la tuvo que pasar…! Les dije seguro de lo que
decía porque además es verdad. ¡Eso será lo que diga usted…! Me contestó el
policial mostrándome la seguridad de que le estaba mintiendo.
A través de la ventanilla del vehículo,
hubo un serio cruce de palabras en el que los dos policías nos empezaron a
tratar como si fuéramos unos delincuentes a los que les habían hecho presa y a
los que no se podía dar ventaja ni mostrarles un ápice de piedad.
Mientras tanto, y ya habían pasado más
de diez minutos, yo me había percatado de que a dos metros del coche, un tercer policía
me llevaba mirando fijamente escondida su mirada tras unas gafas de sol, en
jarras, y en una posición: chulesca, inquisitoria, y amenazante. ¡Si me vas a
seguir mirando, por educación, por lo menos quítate las gafas, que está nublado…!
Por primera vez puse pie en tierra para liberarme de esa sensación de
acorralamiento en el que me habían colocado sin darme cuenta. El policía volvió
a tomar nota en una libretita que llevaba en la mano. Yo vi su placa 0985.
¿Es posible que estemos formando a los
cuerpos de seguridad con criterios democráticos y de respeto y cercanía a la
ciudadanía, o por el contrario, cuando se muestran nuestros policías ante
nosotros los ciudadanos con esas poses tan típicas de la películas americanas
con las que se distingue al policía malo, nos demuestran que en realidad
estamos conformados cuerpos de seguridad en lo que el principal objetivo es
amedrentar a la población y atentar contra los derechos más elementales de las
personas…?
O ¿Serán imaginaciones mías…?
Pero ya estaba muy nervioso y Juanamari
también salió del coche, estaba angustiada y ya no sabía qué hacer ni qué
decir. ¡Pedro tú estate tranquilo…! Me decía asustada y previendo lo peor ¿Por
qué no puedo ir a casa a por su documentación? Les dijo a los policías que no
podían parar siguiendo su guion para
mostrar firmes su fuerza y autoridad. ¡Va a ser la mejor solución, que
vaya esta señora a su casa…!
Juanamari salió hacia casa preocupada de
dejarme solo y corriendo a traer la solución.
Cuando me quedé solo me aparte del coche
y de los policías y uno de ellos se acercó y quiso mostrarme otra versión de lo
que estaba pasando. Es importante que usted como Jefe de la Policía conozca
este detalle. ¡Tienen que entender que nosotros somos unos mandados y que
hacemos lo que nos mandan…! Me dijo. ¡Ya, ya y obedecéis sin necesidad de que
os manden…! Le dije. Y el día que os manden matar, matareis y diereis que
habéis matado porque os lo han mandado. Pensé pero no lo dije.
Estaba solo en una carretera en la que en los
últimos treinta minutos no había pasado ningún coche. Buena prueba de la escasa
racionalidad de poner un control preventivo en un punto en el que hay muy poco
que prevenir. Además, seguramente ante tanta ostentación de fuerza policial que
había en la entrada al pueblo, si algún vehículo circulaba hacia la salida, desde
lejos, la veían sus conductores como la había visto yo y tomaban otra calle
para no toparse con la autoridad. Si no es que se había corrido la noticia por el pueblo
de que allí estaban y todos que pensaban salir habían decidido quedarse en
casa.
Pasaban los minutos de manera rápida y
mi corazón también aceleraba su ritmo.
Ellos llevaban las pistolas al cinto y yo
solamente veía sus pistolas.
Eran sus pistolas las que me impedían
que me fuera al huerto a pasar la tarde. Pensaba en salir corriendo hacia el
huerto y descansar en el porche de la caseta pero tenía miedo. Recordé que en
esa misma carretera, en otros tiempos, al menos tres personas habían sido
abatidas a tiros cuando escapaban del terror que habían creado otros hombres armados.
Que se habían querido fugar alegaron sus
cazadores.
Por favor dejen que me vaya. ¡Usted
quédese ahí y no se mueva…!
La sensación de terror iba creciendo
dentro de mí hasta que en un momento puse el coche en movimiento y me bajé mientras
el coche seguía andando. Alguno de los policías gritó: ¡No se mueva...! pero yo
ya no sabía qué hacía. Entre aquellos cuatro policías que hacían ostentación de
superioridad e impunidad, el maltrato sicológico al que me estaban sometiendo
de manera sutil se apoderaba de mí y estaba haciendo mella y ya no me importaba
que el coche siguiera andando solo.
Mientras tanto el policía que aparentaba
ser el jefe anotaba todo discretamente en la libreta pequeña tal y como
recuerdo que hacía el teniente Colombo y me retrotraía a otros tiempos que me
atenazaron de joven y que al parecer han dejado huella en los modernos
procedimientos.
Poco a poco me estaba sintiendo muy mal
físicamente.
¡Por favor… déjenme irme de aquí, que
verán el coche aparcado en el huerto que está ahí mismo…! Les pedía por favor
sin que mis ruegos le hicieran cesar en su ensañamiento. Soy diabético y la
glucosa me subía por segundos engordando mi lengua hasta el punto de no poder
articular las palabras y sintiendo la sed secando mi garganta. Sentía una presión
dolorosa en mi cabeza porque me estaba subiendo la tensión sanguínea. También tengo
un problema de subidas inminentes de tensión.
¡Por favor… déjenme irme de aquí…!
Quería escapar de aquel espacio que se
había cerrado en mi entorno con una tela de araña de terror. ¡Por favor déjenme
ir que me estoy poniendo enfermo… que estoy enfermo… que soy un enfermo… que me
está dando una subida de azúcar y me va a estallar la cabeza por la tensión. ¡De
aquí no se mueve…! Nada de compasión. ¡Si quiere llamamos a una ambulancia. Un
poco de compresión del manual burocrático. ¡Sí, sí, llámenla…! ¡Ya ve que si
hace falta también estamos para servirle…! Me dijo el policía 0533 con cierto
recochineo con el que el ensañamiento envuelto entre un poco de cinismo mostraba
toda su crudeza.
La situación comenzaba a sacarme de mis
casillas.
¡Por favor llamen a un médico que me va
a estallar la cabeza…!
Los minutos que pasaron mientras llegaba
la ambulancia me llevaron a comprender y contrastar la conducta de estos cuatro
policías en esta tarde que difícilmente olvidaré. Si cuando los vi la primera vez me pareció que
estaba haciendo un despliegue excesivo para estar patrullando en un pueblo
anodino como el mío; si luego vistos de cerca tenían una pose con la que
imitaban a los policías malos de una película mala; ahora, pasada más de una
hora los estaba apreciando como unos hombres degenerados, que en ese no saber
qué hacer con ellos que tienen sus jefes, se habían tomado como un
entretenimiento con el que pasar la tarde: la cruel hazaña de amargarnos la
tarde, sin más placer que demostrar su poder y su autoridad y quizás en último
extremo su impunidad.
Nos había tocado a nosotros como le
podía haber tocado a cualquier otro
Yo estaba aterrorizado pero al ver venir
de lejos a Juanamari me fue llegando un poco de tranquilidad aunque se asentaba
la idea de que la conducta, de que el comportamiento criminal de estos policías,
me estaba llevando a un colapso físico y casi a la locura.
Comencé a gritarles y a insultarles y a
acusarles.
No recuerdo qué les dije, ni lo quiero
recordar.
Y llegó el médico. 296 de glucosa 23-11
de tensión.
Por favor sáqueme de este espacio de
terror.
Y llegó la ambulancia.
A las seis y medía salíamos hacia el
Hospital de Tudela.
El parte médico está en el juzgado.
Pasados más de veinte días todavía no he
recuperado el tono vital y aún, sigo teniendo miedo sin embargo me han condenado
en un juicio en el que no estaba presente.
Pero esa es otra historia.
Como mejor proceda espero su
contestación, si no para pedirme disculpas sí al menos para explicarme cómo y
porqué pueden ocurrir estos sucesos a un matrimonio de cincuenta y algunos años
que van a pasar la tarde al huerto de su propiedad en su propio pueblo.
Muy atentamente.
Pedro José Francés Sayas.